miércoles, 14 de noviembre de 2007

LA CHICA DEL POZO




Vi a la chica del pozo por vez primera una tarde en otoño. El viento hacía música con las hojas del suelo, yo, como casi todas las tardes desde que llegué a esa casa tres meses atrás, salí al vasto patio a respirar mis dolidos recuerdos.
Bastó un segundo de distracción para percatarme, a través de la barda de piedras, de aquella silueta alargada. Era una joven de cabellos castaños y tez clara que tenía un aire de nube extraviada, tenía en la mano derecha un cigarro que llevaba de vez en vez a sus labios y en cada aspirada era claro que dejaba entrar humo, pero al exhalarlo llenaba el aire de nostalgias, sueños y frustraciones, lo confirmaba lanzando ceniza al pozo que, inmóvil, permanecía como único testigo de la evidente tristeza que la embargaba.
No supe cuánto tiempo me extravié en esa imagen, era como contemplar un cuadro en una galería solitaria. Mis recuerdos escaparon sin que me enterara, y me concentré nada más en ir atrapando una a una las emociones que la chica del pozo iba soltando en el viento.
El resto de la semana intenté encontrar de nuevo a la chica del pozo en el patio de a lado, inútil espera que ya me obsesionaba sin explicación. Las tardes transcurrían silenciosas y absortas en la música del viento, mis recuerdos no volvieron, ni me importaba encontrarlos, lo único en lo que podía pensar era en ella, esa silueta alargada que luego se hizo más clara, que fue nube extraviada en mis pupilas exaltadas y que mis tardes reclamaban para encontrar los aromas que en su nostalgia impregnaba en el aire.
Pensé en indagar sobre su paradero, pero pronto me dí cuenta de la desolación inhabitada de la casa de junto. La obsesión me carcomía, ya no tenía pasado, ni presente ni futuro, dejé mi vida en el patio, quería sólo atarme a la imagen de la chica junto al pozo y sus nostalgias.
Una tarde, ya partía noviembre del calendario, decidí no dilatar más el encuentro, tomé un cigarro, los cerillos y corrí hacia la barda que dividía los patios. Como pude burlé la yerba del camino y con agilidad de gacela brinqué la cerca de piedra. Me hallaba ya en derredor del pozo enigmático y profundo. Encendí el cigarro. Llené el aire de nostalgias, sueños y frustraciones que exhalaba de mi boca. Lancé la ceniza al pozo y contemplé mi tristeza en el fondo. El viento hizo música con las hojas del suelo mientras mi cuerpo se hundía en la penumbra mojada del pozo.