sábado, 5 de julio de 2008

De ausencias y hospitales...

Sí, estuve ausente y enferma, el trabajo no ha sido pretexto para dejar a la deriva este humilde blog, no, fueron las piedras en mi vesícula. Pensé que podría aguantar más, pensé que podría llegar a las vacaciones y aprovecharlas cómodamente para librarme del estorbo en mi cuerpo. Pero no, no fue así (evidentemente). De pronto el dolor me punzó con tan tremenda fuerza que me parece magnífico que no haya memoria del dolor (aunque no estoy tan segura y de acuerdo con ello).
El hospital donde fui a dar es uno de esos para gente pobre (ISSSTE), es de suponer que no hay comodidad alguna en eso. Primero el área de urgencias, sola, sin visitas, como en una verdadera cárcel, sin mencionar las deplorables condiciones camilla tras camilla, ancianitos muy cerca del "más allá", uno que tose y tose casi expulsando los pulmones con todo y humo, y una más repitiendo que una presencia misteriosa e invisible esta parado junto a su cama. No se puede estar tranquilo en un lugar así, definitivo.
La operación un domingo por fin llegó, los nervios, el riesgo de la anestesia general, los nervios, el cateter que me cambiaron muchas veces, los nervios, el suero, los nervios, las oraciones, los nervios, los nervios, los nervios.
Empezar a reaccionar oyendo que te ha dado taquicardia y se te ha bajado la presión no es precisamente muy alentador pero bueno, al final, abrí los ojos, ¡ sigo aquí !
Por fin a piso, en el área de ginecología (porque no hay lugar en cirugía). Hay dolor, pero pensé que valía la pena pues ya iba a estar bien.
Regresé a casa un jueves pero no me sentía tan bien como hubiera querido. No se puede vivir con naúseas todo el tiempo, ni sintiendo que no tienes fuerzas ni para levantar la cabeza. El domingo por la mañana, a una semana de la operación descubrí que mis ojos estaban amarillos y el vómito me visitó más tarde. De nuevo en el hospital lloré como niña cuando el doctor dijo que debía quedarme de nuevo. Pasaron tres días de encierro antes de que por fin hicieran algo para saber qué tenía. Un estudio parecido a la endoscopía fue el elegido; mis venas me fallaban y me ganaron muchos piquetes para lograr colocar el cateter. En una pantalla a todo color pude observar parte de mis entrañas invadidas por una "piedrecilla" negra y odiosa que se alojaba en un conducto cercano al hígado, luego de sacar al "intruso" me sentí nuevamente cansada pero llena de esperanzas, pensé que pronto regresaría a mi casa y abrazaría a mi hijo al que ya extrañaba con todo el ser. De regreso en la estrecha camilla no pasó mucho tiempo antes de que volviera a sentirme a mal, resultó que el tubo invasor de mis entrañas rozó el pácreas y éste, se inflamó. - Es una pancreatitis- dijo el doctor. Y de nuevo los vómitos y el sentirse tan pero tan mal. Al día siguiente ya no pude levantarme ni al baño. Pasé una semana sin poder probar alimento, ni agua, llegó el punto de que soñaba con vasos de agua y hielo.
Supongo que en este punto ya es aburrida y deprimente la historia, por ello resumiré en que pasé veinte días encerrada en el hospital, terminé con los brazos moreteados como consumidora de heroína y no pude asistir al teatro donde sería la clausura escolar y el baile de mi hijo, que regresé a casa feliz de sentirme como reo recién liberado y que aún así seguí ausente de mi blog porque mis ánimos se esfumaron junto con mi salud y poco a poco los he ido rescatando.
Ya estoy aquí y espero nada más que regrese a mí la creatividad para poder ofrecerles algún cuento que les proporcione aunque sea una ligera y breve distracción del alma.