viernes, 21 de diciembre de 2007

¿Una simple felicitación?


No importa cuánto pueda quejarme de mis carencias, siempre me sentiré muy estúpida al pensar cuánta gente no tendrá siquiera un pedazo de pan en la cena de navidad, puedo oirme muy cursi pero todos sabemos que es cierto.

Este año no estrenaré ropa y no pude comprarle regalo a nadie, excepto a mi hijo de cinco años, y bueno, después de todo, creo que servirá de algo. He reflexionado en lo que tengo, las cosas valiosas sin precio que habitan el espacio de vida.

Es cierto, he tenido un año difícil, pero es emocionante pensar y creer que ha sido porque será demasiado lo bueno que me espera en el 2008.

Y al no poder comprar regalos, podré obsequiar abrazos sinceros, besos cariñosos, palabras de aliento, consejos, amistad pura y amor leal. Espero regalar sonrisas luminosas que penetren corazones, pláticas armoniosas y enriquecedoras, poemas, historias fantásticas, momentos inolvidables y perdones.

Pero sobretodo, le regalaré a quién se me acerque el 24 de diciembre, el recuerdo de la persona que ese día celebra su cumpleaños: Jesucristo.

Regalaré una oración por el mundo entero, por los buenos, los malos, los ricos y pobres, los que cenarán pavo y los que cenarán sueños; los que tendrán fiesta y los que estarán en guerra, los que abrazarán a su familia y los que estarán solos, los libres y los presos, los sinceros y los hipócritas, los admirados y los rechazados, los bien vistos y los discriminados.

Y a ustedes mis lectores les regalo lo mismo, una felicitación sincera, el recuerdo de Jesucristo y una oración por ustedes para que sean muy felices.

martes, 4 de diciembre de 2007

Unas palabras más a la luna...















Aún recuerdo cuando invocaba a la luna con mis juveniles ansias de amar(como si fuera tan vieja), me paraba detrás de los barrotes de la reja de mi casa y miraba el rostro iluminado de la luna, me parecía que oía mis deseos, pensaba que mis suspiros se estrellaban en su superficie, y que los cráteres que poseía eran los huecos que le dejaban los suspiros de alguien más.





Más tarde, comprobé que mis deseos le llegaron cuando dejé de creer en las estrellas fugaces. Un conjuro, silencioso desvarío plasmado en hojas amarillas, fue suficiente para traer a mi vida de regreso los suspiros dejados en la luna, me los devolvió ella, tan pura y comprensiva, para que yo pudiera regalárselos al amor concedido.
Ella regó su resplandor en la escena del beso que marcó mi vida. Me sonrió y guiñó un ojo cuando le miré con gratitud.
La luna es mi madrina, mi cómplice y mi amiga; mi fetiche, amuleto infalible, mi brújula, mi cuna; a ella cada noche le dedico las canciones que brotan en la penumbra.
¿Quién puede culparme pues de mi obsesión con la luna?